"Para mí, para mis amigos, para cualquiera interesado en leerlo.
Nada especial, solo hobby."

-AldhaRoku

lunes, 26 de marzo de 2018

Capítulo 33


33

     Escuchaba a media una conversación susurrante que parecía provenir de un pasillo cercano. << ¿Estoy vivo? >> Me pregunté, no tenía idea de qué demonios estaba pasando o en qué lugar me encontraba a pesar de que me traía una ligera sensación de familiaridad. Traté de levantarme y no noté que mi pierna estaba vendada, grité, el dolor era agudo y me dejo gruñendo un largo rato en el suelo, era como si estuviese rota y entonces una oleada de recuerdos vinieron a mi mente, recordé el incidente y me dolió la cabeza la cual también noté al tocar que estaba vendada, de un pasillo cercano se asomó un rostro conocido. Aquel muchacho era Dante, quien creí muerto y de su boca pronunció:

     – Padre, ¡no te muevas! – Así era como me llamaba dado la confianza que nos teníamos, atrás de él vi una chica que decir conocer sería poco, pero su presencia fue una sorpresa si bien grata, extraordinaria, Isabella quien cargaba una caja de zapatos y me dijo:

     – Acuéstate Aldha que todavía estás muy débil. –  << ¿Qué demonios estaba pasando? >> Me preguntaba, << ¿cómo llegué ante estos dos seres tan apreciados por mí? >> Lo sentí como un milagro.

     Dante sostenía mis brazos mientras yo mordía un trozo de tela para aguantar los gritos, Isa cambiaba la venda de mi pierna y a pesar de que no apretaba fuertemente, el dolor era sublime y extraplanetario, colocó dos tablones de madera en mi muslo lo cual me hizo entender de inmediato que mi fémur estaba roto. Cuando el dolor bajó se sentaron a acompañarme en aquella sala,  una vez aclimatado pude discernir que me encontraba en la casa de Isa, y no pude esperar que la misma preparase algo de comer para hacer las necesarias preguntas.

    – ¿Qué fue lo que me pasó? – Pronuncié. A lo que Dante sonrió y procedió a contarme.

     – Debería yo preguntarte eso a ti, íbamos a prestar un servició cuando vimos a una horda de “lobos” muertos, por mera curiosidad nos acercamos a la camioneta destrozada que supuse los llevo por medio y allí dentro, más molido que carne para pasta estabas tú. Refresco.

     – Ja… ¿Lobos? ¿Con que así se hacen llamar esos caníbales? Espera… ¿cómo que servició? – Pregunté.

     – No sé cómo se llaman, yo así les pongo porque es cómo se comportan. Y por servicio me refería a un servicio médico. Déjame explicarte…

     – ¡¿Los están ayudando?! – Interrumpí a Dante abruptamente.

     – No levantes la voz que puede haber salvajes cerca, y me temo que sí padre, pero no es por gusto. Muchas cosas pasaron y la base cayó, yo y un grupo logramos escapar pero nos separamos, con el tiempo me encontré con Isabella << sonrió >> quien confieso pensé que estaba muerta, y desde entonces estábamos juntos, ella ya tenía muchas cosas, comida, medicamento y fue quien por así decirlo me rescató cuando nos encontramos, te diré que estuve la borde la muerte, peor que tú ahora mismo. Desde que me recuperé he estado haciendo de recolector para que lo poco que hay se mantenga o tengamos más preferiblemente, pero las cosas empeoraron, cada vez habían menos salvajes, comegentes como tú les llamas. << Se agarró el entrecejo >> llegue a pensar que toda esta porquería se acabaría, que ya por fin todo estaba llegando a su fin. Pero no. Las cosas solo fueron empeorando, todo en caída, de mala en peor. Grupos de dementes se formaron y cada vez era más difícil salir y buscar recursos. De hecho a pocos metros de aquí tenemos a un grupo altamente peligroso…

     – ¿Los católicos? – Pregunté interrumpiendo.

     – Nosotros los llamamos los creyentes pero es irrelevante. Ese grupo engaña, roba, y mata por placer disfrazando sus actos como un preludio de Dios, son asquerosos como no tienes una idea…

     – Creo que me la doy. – Agregué.

     – Habían muchos más grupos, pero algunos se dispersaron a otros lugares, otros fueron aniquilados por otros miembros de otros grupos, toda la locura, todo el centro en especial esta zona del puente hasta la gran mariscal era una zona de caza y matanza.

     – ¿Y te uniste a los lobos para no ser su presa imagino? – Pregunté.

     – Te equivocas nuevamente. – Respondió.

     – ¿Entonces?

     – Verás, una noche escuchamos ruidos muy estruendosos, era una horda que quería entrar a la casa, respondí con una lacrimógena que tenía guardada pero no fue suficiente, me quedaban unas tres balas de un revolver calibre 38 que le robe a un compañero y Ja… disparé por la ventana, mi idea es que fuera una advertencia, que pensaran que había más de dónde vino eso, pero solo se arrecharon, a punta de balas rompieron la cerradura y entraron a la casa, me apuntaron con todo, literalmente pensé que allí fue, pero Isa apareció y se la jugó. Mis disparos le dieron a uno quien se estaba desangrando, Isa dijo que éramos enfermeros y que sabíamos tratar heridas. Le propuso a quien parecía ser el cabecilla qué si nos brindaban protección y nos dejaban en paz tendrían servició médico siempre que quisieran. Eso no me libro de la golpiza que llevé por el disparó que auspicié << Reía >> Y felices para siempre Isa quedó como la enfermera personal de esos monstruos y yo como su noble rata buscando medicinas y recursos para ellos, robando una que otra para no morirnos de hambre. Dante agarró una lata vacía de comida para gato y la lanzó contra  la computadora.


     – Wau, que sorprendente. No imaginé que pasaran tanta roña, pero al menos están vivos gracias a eso.

     – Esto no es vida padre. – Interrumpió Dante. Quien no disimulaba su enojo.

 Un pequeño silencio nos acogió hasta que apareció Isa con unas panquecas con sardinas de lata. Ella tenía una porción pequeña al igual que Dante y a mí me dieron la más grande. No entendía el porqué de ese acto y tampoco me parecía justo.

     – Nosotros ya hemos comido hoy, además, tú llevas dos días dormido ¿sabes? Come o será peor tratarte. – Afirmó amablemente Isa a quien a pesar de qué debí despreciar su amabilidad, el hambre me hizo tragar sin compasión aquella rara mezcla culinaria que de hecho, me supo a gloría.

     Varios días habían transcurrido, al menos recuerdo ver la noche unas seis veces. Me sentía como un palurdo parasito, Isa y Dante siempre salían a hacer lo que tenía que hacer y yo no hacía más que pudrirme sentado en una colcha que cada vez apestaba más, comía su comida y abusaba de su hospitalidad. Una gran parte de mí quería darse un tiro pero adjuntado el hecho de que no tenía arma, realmente tenía mucho que hacer como encontrar a mi grupo. Mi pierna parecía no mejorar aunque ya no dolía gratuitamente, si la dejaba quieta entonces se mantenía normal. Los muchachos habían plantado dentro de la casa unas matitas de paracetamol, con lo cual me hacían un té y un ungüento que quizás era lo que disfrazaba el dolor.

     Exhalaba como un perro triste cuyos días ya estaban contados, de modo que decidí dar un esfuerzo extra así me jodiera más, con la poca fuerza de voluntad que tenía, pero el orgullo hasta la coronilla decidí hincarme en una pierna y me levanté.

     – Perfecto, no me duele. –  Hice unos ejercicios suaves para ver si podía mover la pierna y aunque era un movimiento bastante torpe, realmente era mejor que estar postrado allí. Podía desplazarme un poco, no obstante no podía ni debía recostar mi peso en esa pierna, convenientemente, ví que entre toda la basura que tenía Isa en su sala había un bastón. ¿Por qué no? Me pregunté. De modo que como pude caminé hacía él, el trayecto que debió haber sido de cinco segundos se volvió de casi un minuto, pero no era por dolor, era por precaución, por más que fuese. Más que un parasito me hubiese golpeado más causarle más problemas los muchachos.

     Con el bastón en la mano empecé a desplazarme y aunque como un setentón, ciertamente podía caminar. En algún punto perdí el equilibrio, me había mareado y me fui de boca, como pude traté de caer de lado y amortiguar con los brazos para minimizar el daño en la pierna.
     Caí, tuve la buena fortuna de que no me hice ningún daño considerable, aclimatado me volví a erguir y decidí hacer una clásica mía. Me puse a cocinar, había pocas cosas pero como pude me las arregle para hacer algo y se las dejé, tapadas con un trapo. Esa noche ellos no llegarían.

     Desperté abruptamente, tuve una pesadilla. Los muchachos no habían llegado ayer y eso me dio material para un sueño infernal, mi condición no era mejor que la de ayer de modo que no quise volverme loco y partir a buscarlos, en esté estado tan patético si un solo comegente me atacaba estaba frito. De modo que esperé, y esperé, y esperé. Nuevamente de noche, me fui a dormir.

     Tres días habían pasado desde la última vez que vi a Dante e Isa, mi paciencia no daba para tanto, de modo que quite las cadenas de la puerta y salí a por ellos, a por alguien, por lo que sea, con un bastón que me ayudaba a caminar y un cuchillo como única arma, realmente no tenía muchas esperanzas. Pero seguí adelante, debían ser  tal vez la una de la tarde, el sol estaba caliente, tanto así que tuve que devolverme y buscar unos trapos. Con los mismos me cubrí la cara asimilando un turbante, y con mi bastón en mano fui adelante.

     La plaza, ambas para ser exacto estaban peladas, vacías, no había un alma en ellas y los banquitos ya eran blancos por la arena y polvo que ni las ventoleras quitaban. Mi desplazamiento era patético pero enérgico, podía fácilmente hacerme pasar por un viejo sobreviviente, miraba  constantemente a los lados, atrás  y sobre todo arriba de los árboles para ver si no había algún loco cantando la zona.

     – ¿Dónde mierda estarán? – Pregunté en mi soledad. Me senté en un banquito más que a descansar, a pensar. ¿Cuál sería mi destino? Por más que fuese realmente no sabía a dónde ir, el bodegón de la familia de Nelson era un buen lugar para comenzar, aunque lo ponía en duda, casa de María era otro lugar posible, quizá por el estadio encontraría a Dante e Isa, pero ni en mi demencia más grande iría solo y herido allá, no luego de lo que les hice. ¿Casa de Nelson? ¿Casa de Joan? A todos y exactamente cada uno de esos puntos podría ir caminando en unas horas, pero no. En mi estado podía ir quizás a dos lugares, con suerte a los tres más cercanos, casa de Nelson, casa de María y en su defecto el Bodegón.

     Recordé que la última vez que fui a casa de Nelson había no una horda, sino un enjambre de docenas, quizás cientos de comegentes, en cambio sabía que de camino al Bodegón a lo más vería a tres o dos moribundos. Decidí caminar al local aún bajo el riesgo de que los caníbales estuvieran cerca.

     Tarareaba una fea canción por todo el camino, era lo único que podía hacer caminando a diez centímetros por segundo, no obstante a ello el paso de vencedores estaba dando frutos, ya me encontraba a la vuelta de la esquina con el Bodegón,  mantuve mi distancia, no me importaba morir, pero no lo iba a poner tan fácil, de modo que  como pude me mantenía oculto ante el más mínimo ruido, me quite los trapos que me servían de turbante porque limitaban mi audición. Guarde mi distancia, cogí el cuchillo que tenía guardado y lo empuñe con gran fuerza porque veía a lo lejos una figura masculina, aquel era un hombre alto y delgado, se veía hasta desnutrido pero no podía fiarme, el sujeto cargaba un bate en la mano derecha, lo presionaba con fuerza por lo marcado que se veía su brazo. El hombre  que no hacía más que estar parado frente a la Bodega empezó a flaquear y cayó aparentemente desmayado. “Es mi oportunidad” Pensé. De modo que cojeando así me hiciese más daño llegue hacía él, iba a matarlo antes de que volviera en sí. Pero al ver su rostro pálido y desnutrido con sus labios rotos y llenos de pus el cuchillo se me cayó y casi caigo yo también… Susurré:

     – Qué carajo te pasó Luziko.

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