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Escuchaba a media una conversación
susurrante que parecía provenir de un pasillo cercano. << ¿Estoy vivo? >> Me pregunté, no tenía idea de qué
demonios estaba pasando o en qué lugar me encontraba a pesar de que me traía
una ligera sensación de familiaridad. Traté de levantarme y no noté que mi
pierna estaba vendada, grité, el dolor era agudo y me dejo gruñendo un largo
rato en el suelo, era como si estuviese rota y entonces una oleada de recuerdos
vinieron a mi mente, recordé el incidente y me dolió la cabeza la cual también
noté al tocar que estaba vendada, de un pasillo cercano se asomó un rostro
conocido. Aquel muchacho era Dante,
quien creí muerto y de su boca pronunció:
– Padre, ¡no te muevas! –
Así era como me llamaba dado la confianza que nos teníamos, atrás de él vi una
chica que decir conocer sería poco, pero su presencia fue una sorpresa si bien
grata, extraordinaria, Isabella quien
cargaba una caja de zapatos y me dijo:
–
Acuéstate Aldha que todavía estás muy
débil. – << ¿Qué demonios
estaba pasando? >> Me preguntaba, << ¿cómo llegué ante estos dos seres tan apreciados por mí? >>
Lo sentí como un milagro.
Dante sostenía mis brazos mientras yo
mordía un trozo de tela para aguantar los gritos, Isa cambiaba la venda de mi pierna y a pesar de que no apretaba
fuertemente, el dolor era sublime y extraplanetario, colocó dos tablones de
madera en mi muslo lo cual me hizo entender de inmediato que mi fémur estaba
roto. Cuando el dolor bajó se sentaron a acompañarme en aquella sala, una vez aclimatado pude discernir que me
encontraba en la casa de Isa, y no
pude esperar que la misma preparase algo de comer para hacer las necesarias preguntas.
–
¿Qué fue lo que me pasó? – Pronuncié. A lo que Dante sonrió y procedió a contarme.
–
Debería yo preguntarte eso a ti, íbamos a prestar un servició cuando vimos a
una horda de “lobos” muertos, por mera curiosidad nos acercamos a la camioneta
destrozada que supuse los llevo por medio y allí dentro, más molido que carne para
pasta estabas tú. Refresco.
– Ja… ¿Lobos? ¿Con que así se hacen llamar
esos caníbales? Espera… ¿cómo que servició? – Pregunté.
–
No sé cómo se llaman, yo así les pongo porque es cómo se comportan. Y por
servicio me refería a un servicio médico. Déjame explicarte…
–
¡¿Los están ayudando?! – Interrumpí a Dante abruptamente.
–
No levantes la voz que puede haber salvajes cerca, y me temo que sí padre, pero
no es por gusto. Muchas cosas pasaron y la base cayó, yo y un grupo logramos
escapar pero nos separamos, con el tiempo me encontré con Isabella << sonrió >> quien confieso pensé que estaba
muerta, y desde entonces estábamos juntos, ella ya tenía muchas cosas, comida,
medicamento y fue quien por así decirlo me rescató cuando nos encontramos, te
diré que estuve la borde la muerte, peor que tú ahora mismo. Desde que me
recuperé he estado haciendo de recolector para que lo poco que hay se mantenga
o tengamos más preferiblemente, pero las cosas empeoraron, cada vez habían
menos salvajes, comegentes como tú les llamas. << Se agarró el entrecejo
>> llegue a pensar que toda esta porquería se acabaría, que ya por fin
todo estaba llegando a su fin. Pero no. Las cosas solo fueron empeorando, todo
en caída, de mala en peor. Grupos de dementes se formaron y cada vez era más
difícil salir y buscar recursos. De hecho a pocos metros de aquí tenemos a un
grupo altamente peligroso…
–
¿Los católicos? – Pregunté interrumpiendo.
–
Nosotros los llamamos los creyentes pero es irrelevante. Ese grupo engaña,
roba, y mata por placer disfrazando sus actos como un preludio de Dios, son
asquerosos como no tienes una idea…
–
Creo que me la doy. – Agregué.
–
Habían muchos más grupos, pero algunos se dispersaron a otros lugares, otros
fueron aniquilados por otros miembros de otros grupos, toda la locura, todo el
centro en especial esta zona del puente hasta la gran mariscal era una zona de
caza y matanza.
–
¿Y te uniste a los lobos para no ser su presa imagino? – Pregunté.
– Te equivocas nuevamente. –
Respondió.
–
¿Entonces?
– Verás, una noche escuchamos ruidos muy
estruendosos, era una horda que quería entrar a la casa, respondí con una
lacrimógena que tenía guardada pero no fue suficiente, me quedaban unas tres
balas de un revolver calibre 38 que le robe a un compañero y Ja… disparé por la
ventana, mi idea es que fuera una advertencia, que pensaran que había más de
dónde vino eso, pero solo se arrecharon, a punta de balas rompieron la
cerradura y entraron a la casa, me apuntaron con todo, literalmente pensé que
allí fue, pero Isa apareció y se la
jugó. Mis disparos le dieron a uno quien se estaba desangrando, Isa dijo que
éramos enfermeros y que sabíamos tratar heridas. Le propuso a quien parecía ser
el cabecilla qué si nos brindaban protección y nos dejaban en paz tendrían servició
médico siempre que quisieran. Eso no me libro de la golpiza que llevé por el
disparó que auspicié << Reía >> Y felices para siempre Isa quedó como la enfermera personal de
esos monstruos y yo como su noble rata buscando medicinas y recursos para
ellos, robando una que otra para no morirnos de hambre. Dante agarró una lata vacía de comida para gato y la lanzó
contra la computadora.
– Wau, que sorprendente. No imaginé que
pasaran tanta roña, pero al menos están vivos gracias a eso.
–
Esto no es vida padre. – Interrumpió Dante.
Quien no disimulaba su enojo.
Un pequeño silencio nos acogió hasta que
apareció Isa con unas panquecas con
sardinas de lata. Ella tenía una porción pequeña al igual que Dante y a mí me dieron la más grande. No
entendía el porqué de ese acto y tampoco me parecía justo.
–
Nosotros ya hemos comido hoy, además, tú llevas dos días dormido ¿sabes? Come o
será peor tratarte. – Afirmó amablemente Isa a quien a pesar de qué debí despreciar su amabilidad, el hambre
me hizo tragar sin compasión aquella rara mezcla culinaria que de hecho, me
supo a gloría.
Varios días habían transcurrido, al menos
recuerdo ver la noche unas seis veces. Me sentía como un palurdo parasito, Isa y Dante siempre salían a hacer lo que tenía que hacer y yo no hacía
más que pudrirme sentado en una colcha que cada vez apestaba más, comía su
comida y abusaba de su hospitalidad. Una gran parte de mí quería darse un tiro
pero adjuntado el hecho de que no tenía arma, realmente tenía mucho que hacer
como encontrar a mi grupo. Mi pierna parecía no mejorar aunque ya no dolía
gratuitamente, si la dejaba quieta entonces se mantenía normal. Los muchachos
habían plantado dentro de la casa unas matitas de paracetamol, con lo cual me
hacían un té y un ungüento que quizás era lo que disfrazaba el dolor.
Exhalaba
como un perro triste cuyos días ya estaban contados, de modo que decidí dar un
esfuerzo extra así me jodiera más, con la poca fuerza de voluntad que tenía,
pero el orgullo hasta la coronilla decidí hincarme en una pierna y me levanté.
–
Perfecto, no me duele. – Hice unos
ejercicios suaves para ver si podía mover la pierna y aunque era un movimiento
bastante torpe, realmente era mejor que estar postrado allí. Podía desplazarme
un poco, no obstante no podía ni debía recostar mi peso en esa pierna,
convenientemente, ví que entre toda la basura que tenía Isa en su sala había un bastón. ¿Por qué no? Me pregunté. De modo que como pude caminé hacía él, el
trayecto que debió haber sido de cinco segundos se volvió de casi un minuto,
pero no era por dolor, era por precaución, por más que fuese. Más que un
parasito me hubiese golpeado más causarle más problemas los muchachos.
Con el bastón en la mano empecé a
desplazarme y aunque como un setentón, ciertamente podía caminar. En algún
punto perdí el equilibrio, me había mareado y me fui de boca, como pude traté
de caer de lado y amortiguar con los brazos para minimizar el daño en la
pierna.
Caí, tuve la buena fortuna de que no me
hice ningún daño considerable, aclimatado me volví a erguir y decidí hacer una
clásica mía. Me puse a cocinar, había pocas cosas pero como pude me las arregle
para hacer algo y se las dejé, tapadas con un trapo. Esa noche ellos no
llegarían.
Desperté abruptamente, tuve una pesadilla.
Los muchachos no habían llegado ayer y eso me dio material para un sueño
infernal, mi condición no era mejor que la de ayer de modo que no quise
volverme loco y partir a buscarlos, en esté estado tan patético si un solo
comegente me atacaba estaba frito. De modo que esperé, y esperé, y esperé.
Nuevamente de noche, me fui a dormir.
Tres días habían pasado desde la última
vez que vi a Dante e Isa, mi paciencia no daba para tanto, de
modo que quite las cadenas de la puerta y salí a por ellos, a por alguien, por
lo que sea, con un bastón que me ayudaba a caminar y un cuchillo como única
arma, realmente no tenía muchas esperanzas. Pero seguí adelante, debían
ser tal vez la una de la tarde, el sol
estaba caliente, tanto así que tuve que devolverme y buscar unos trapos. Con
los mismos me cubrí la cara asimilando un turbante, y con mi bastón en mano fui
adelante.
La plaza, ambas para ser exacto estaban
peladas, vacías, no había un alma en ellas y los banquitos ya eran blancos por
la arena y polvo que ni las ventoleras quitaban. Mi desplazamiento era patético
pero enérgico, podía fácilmente hacerme pasar por un viejo sobreviviente,
miraba constantemente a los lados,
atrás y sobre todo arriba de los árboles
para ver si no había algún loco cantando la zona.
– ¿Dónde mierda estarán? –
Pregunté en mi soledad. Me senté en un banquito más que a descansar, a pensar. ¿Cuál sería mi destino? Por más que
fuese realmente no sabía a dónde ir, el bodegón de la familia de Nelson era un buen lugar para comenzar,
aunque lo ponía en duda, casa de María
era otro lugar posible, quizá por el estadio encontraría a Dante e Isa, pero ni en
mi demencia más grande iría solo y herido allá, no luego de lo que les hice. ¿Casa de Nelson? ¿Casa de Joan?
A todos y exactamente cada uno de esos puntos podría ir caminando en unas
horas, pero no. En mi estado podía ir quizás a dos lugares, con suerte a los
tres más cercanos, casa de Nelson,
casa de María y en su defecto el
Bodegón.
Recordé que la última vez que fui a casa
de Nelson había no una horda, sino un
enjambre de docenas, quizás cientos de comegentes, en cambio sabía que de
camino al Bodegón a lo más vería a tres o dos moribundos. Decidí caminar al
local aún bajo el riesgo de que los caníbales estuvieran cerca.
Tarareaba una fea canción por todo el
camino, era lo único que podía hacer caminando a diez centímetros por segundo,
no obstante a ello el paso de vencedores estaba dando frutos, ya me encontraba
a la vuelta de la esquina con el Bodegón,
mantuve mi distancia, no me importaba morir, pero no lo iba a poner tan
fácil, de modo que como pude me mantenía
oculto ante el más mínimo ruido, me quite los trapos que me servían de turbante
porque limitaban mi audición. Guarde mi distancia, cogí el cuchillo que tenía
guardado y lo empuñe con gran fuerza porque veía a lo lejos una figura
masculina, aquel era un hombre alto y delgado, se veía hasta desnutrido pero no
podía fiarme, el sujeto cargaba un bate en la mano derecha, lo presionaba con
fuerza por lo marcado que se veía su brazo. El hombre que no hacía más que estar parado frente a la
Bodega empezó a flaquear y cayó aparentemente desmayado. “Es mi oportunidad”
Pensé. De modo que cojeando así me hiciese más daño llegue hacía él, iba a
matarlo antes de que volviera en sí. Pero al ver su rostro pálido y desnutrido
con sus labios rotos y llenos de pus el cuchillo se me cayó y casi caigo yo
también… Susurré:
– Qué carajo te pasó Luziko.
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