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Horas antes había despertado el iracundo e
irracional muchacho quien a pesar de su inconmensurable ira mostraba una mirada
aún inocente con ojos aguanosos y tristes, un oscuro fulgor se sentía del mismo
y aunque enojado y vuelto una bestia su decrepito estado lo hacía más frágil
que una hoja. Yo naturalmente mantuve mi distancia, poco podía hacer un lisiado
en contra de un hombre demente como él, mis precauciones habían sido tomadas.
Aún no me interesaba bombardear al sujeto con las mil y un preguntas, ¿qué le
había pasado? Y más aún ¿por qué actuaba así? Pero le di su tiempo, habían
pasado dos largos días desde que lo encontré y tan solo llevaba cuatro horas de
despierto pero aún era incomodo que no mencionara una sola palabra.
– Luziko,
Luziko ¿te acuerdas de mí? – Preguntaba cada cierto tiempo sin respuesta
alguna, apenas podía imaginar los horrores que habían llevado al pobre muchacho
a tal estado de decadencia mental, lo había encerrado dentro de un cuarto y le
hablaba desde afuera, a pesar de ello golpeaba cada cierto tiempo la puerta
pero su estado esquelético solo propiciaba que se hiciese daño.
–
¡Quédate quieto maldita sea! – Le gritaba, no parecía entender ni razonar. – Carajo, Luziko ¡REACCIONA! – ¿Quién era más loco, él o yo por intentar
dialogar con el sujeto? Me resigne, me encogí de brazos y exhale dando indicios
de desesperanza.
Rato después traté de hablar de nuevo con
él, le había lanzado una botella de agua y un poco de comida para ver si así
recobrase la cordura, o al menos el habla, pero no seguía callado y solo habría
la boca para lamentarse, hasta que eventualmente ni eso, cayó la noche, el
sujeto llevaba horas sin decir una sola palabra, se había sumergido en su
soledad como un lobo que carece de estima, me froté la frente, << que desesperante mi situación
>> Peor era pensar que los demás podrían estar peor, pensé. ¿Quedarme con el demente esperanzado de que
dijera algo, o simplemente partir de mi búsqueda bajo la penumbra de la noche y
arriesgarme a que salgan los comegentes? Cualquier opción era una basura,
pero prefería la supuesta seguridad de una casa, hice una especie de barricada
en la puerta y ventana para esperar más conforme el otro día pero igual, no
podía sentirme más cómodo con aquel demente en la misma casa. Torpemente ande
hasta el mueble donde me disponía a pesar la noche, antipáticamente antes de
acostarme me acerque a Luziko le dije
– Buenas noches dulce príncipe. – Y
eché a dormir.
Veía como los caníbales le arrancaban la
piel a mis seres queridos, como devoraban a mis amigos, aún con vida suplicando
por una rápida muerte, los gritos de dolor que propiciaba mi novia y Nicole, también la pequeña Michelle al ser violadas repetidas veces
por aquellos barbaros monstruos era horrible, la blasfemia de sangre, semen y
excremento era un paisaje solo concebible en el averno, y yo no podía hacer
nada, entre más cojeaba para llegar hacía ellos más me alejabas, y escuchaba
sus gritos, gritos que penetraban en mi corazón y lo hacía añicos, me volvía
loco, volteaba a ver a Nelson quien
llorando me pedía que por favor le matase, Joan
no tenía conciencia, era un maniquí que ya lo había perdido todo, la imagen de Megan siendo violada múltiples veces por
tres y cuatro hombres al mismo tiempo lo había marcado eternamente mucho más
que el hecho de estar desollado, era eso, o quizás ya había muerto solo que al
no tener parpados no le cerraba los ojos y daba la imagen de que aún seguía con
vida. Los gritos aumentaban.
–
¡Cállense! ¡Cállense! ¡Cállense! – Y los bestiales hombres de proporciones
ciclópeas se mofaban de mí hasta que no pude más y explote a un grito mudo.
Desperté, mi respiración era fuerte, y agitada como si acabase de ver un
espíritu, estaba sudando en frío, y a pesar de estar en medio de la total
obscuridad di un vistazo a mis manos, estaban temblando como nunca, una larga
lágrima recorrió mi mejilla, y aún con el alivio de haber despertado y analizar
que solo fue un terrible y abominable sueño, aún no paraba de sudar y temblar,
aún no para de sollozar y ver aquellas imágenes que representaban mi más grande
pesadilla, como pude corrí hacía el inodoro, vomite.
Luego de Vomitar me quedé sentado en las
baldosas sucias y polvorientas ennegrecido por la basta obscuridad, seguía temblando y un frío inenarrable
recorrió mi cuerpo, en ese mismo momento empecé a escuchar lamentos y alaridos,
eran los lloriqueos de un hombre desconsolado, era Luziko quien se escuchaba a lo lejos en la habitación, y decidí ir
a él, como pude me arrastré frente al mismo y le pregunté en voz baja y sin
esperanzas de una respuesta real
– Luziko amigo… ¿te acuerdas de mí? Soy yo
Aldha. – En ese momento dejó de
llorar, y volví a preguntar – Luziko maldita sea, ¿te acuerdas de mí?
Di algo, lo que sea. – Pero el sujeto no emitía ningún sonido. – ¡CARAJO! – Grité, pateé la puerta con
gran ira y me resintió en la herida de mi pierna, había olvidado que estaba
delicada, mis quejidos se volvieron entonces gruñidos de dolor, y me senté en
la pared de la habitación donde estaba el silencioso muchacho.
–
Jorgen, ¿cómo estás mi amigo? – Le dije dejando salir una risa sincera
aunque solitaria. El sol parecía ya estar saliendo, al menos se veía que el
negro cambiaba a gris, de modo que debían ser las cinco y media de la mañana
más o menos.
–
Lárgate… – Afirmo una voz rasposa, desentonada y extraña, pero sabía que
era Luziko.
–
¿Despertaste he? – Le dije sarcásticamente, pero él solo Dijo:
–
Lárgate… – y cada vez más repetía más. –
Lárgate, Lárgate, Lárgate… –Hubiera seguido
con mi insistencia pero sus frases se volvían gritos agudos y cada vez
más eran más y más fuertes –
¡LARGATE!... – Empezó a tratar de derribar la puerta del cuarto, era una
puerta improvisada así que mucho no haría, de modo que empecé a quitar la pequeña barricada, me iría a la
verga como quien dice, no podía arriesgarme a nada. Así que sin más, me fui, y
esperando que tuviese un poco de raciocinio no le encerré, apenas cerré la
puerta pero sin cerrojo ni candado cualquier cuerdo podría salir. Sin pena ni
gloría entonces salí, desplazándome como un zombi caminé a casa de Nelson, una mierda. El lugar estaba no
solo vacío, sino saqueado y destrozado. La carretera estaba llena de sangre
seca y me dije en mi cabeza << así
que no estaba loco, sí vi esa horda gigante >> y bajé las sepulcrales
y solitarias calles de aquella maldita localidad empinada, pensé en que tal vez
debería ir a qué Megan, pero no me
apetecía agarrar hacía la cárcel, no era racional de mi parte ni la de ellos o
al menos eso pensé. Entonces partí al centro para eventualmente ir a casa de María, En el camino me rugían las tripas
y empecé a hablar solo
–
Carajo vomité toda la maldita comida que tenía en el estómago, como quisiera
una puta taza de café, solo una maldita TAZA de café, con MUCHA AZÚCAR COÑO. – Decía
y gritaba a lo largo del camino, creo que realmente me importaba menos si
alguien o algo me veía o escuchaba, yo ya estaba muerto para lo que me
importaba.
–
No te bastó con nacer en este puto país de mierda con la peor calaña bananera
de gobierno, sino que putos zombis, o lo que mierda sean, porque sí, cada vez
que creemos que tocamos fondo, ¿adivina qué? ¡CAEMOS MÁS! Puta… – Gritaba y carcajeaba por todo el
camino solitario mientras tropezaba con mis propias piernas como un ebrio. No
tardo mucho hasta que llegase a casa de María,
me sorprendió el inmenso número de cadáveres que había, la mayoría esqueletos
en sí y otros parecían carcazas, pero mi mente tampoco estaba para divagar o
analizar la situación, ¿qué era? No
sabía, no me importaba, el punto es que no había nadie allí. Solo dos
esqueletos y nada más, me adentré al fondo al cuarto de María para ver si había algo, aunque ya sabía que lo habían
saqueado, pero igual fui.
– Yo mismo desbalije está mierda ¿qué estoy
haciendo? – Me hacía esa pregunta, entonces partí de aquel aparatoso y
triste lugar, anhelaba un auto más que la comida misma porque estaba decidido a
ir a casa de Joan ahora, más allá de
tres picos, pero ya no había nada, comida, autos, gasolina, agua, todo lo
tenían ellos, y si no lo tenían los hijos de puta del estadio lo tendrían los
religiosos mugrientos, de modo que partí a pie a casa de Joan esperando que fuese mi último destino.
Vía a casa de Joan y bastón en mano me di cuenta de que la tierra estaba
muriendo, se veía medio blanquecina
aunque tal vez podría ser por la falta de agua, hacía tiempo que no llovía.
Pero eso es arena de otro costal, en algún punto un corola destrozado y antiquísimo
se paró frente a mí. Debía tener buena trasmisión porque no lo escuche venir,
del mismo salió una mujer con una pistola y me apunto, yo simplemente me detuve
y me quede quieto, la mujer quien me veía supongo yo, como un vagabundo por mis
fachas no hizo ninguna pregunta, entonces levante mi brazo y saque mi pulgar
pidiendo una cola, una mujer quien pronto me daría cuenta era la madre de dos
adorables chiquillos Ben y Ramón de ocho años los dos, sonrió y no
tuvo problema en que me montara, quizá si había un Dios allí arriba era eso o
el hambre me estaba haciendo pensar estupideces, pero lo importante es qué me
diría a mi último destino.
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